Todo el mundo tiene experiencia de un ascensor un día de diario por la mañana temprano. Un saludo apenas audible al entrar, algún que otro bostezo, últimos retoques en el espejo, colocarse bien la chaqueta, mirar de reojo para ver por que piso vamos…silencio… una especie de “hasta luego” al bajarse que no se entiende muy bien, y cada uno corriendo a sus quehaceres del día.
Suele ser un momento muy corto y al que no prestamos atención. Sin embargo, el otro día un vecino hizo que mi “momento en el ascensor” fuese distinto porque cuando entré me dedicó una amble sonrisa y al salir me dijo “que tengas un día muy feliz”. Esta frase aparentemente tan normal me llamó mucho la atención a esas horas de la mañana cuando todo el mundo está aún medio dormido y no suele tener ni la capacidad de fijarse en los demás. Salí del ascensor con mayores ganas de aprovechar el día, de “tener un día muy feliz” y de intentar hacer más felices a los demás. Empecé mi día de otra forma. Y todo eso, por una sencilla frase dicha por un vecino en un ascensor un día de diario por la mañana.
Mi vecino me hizo sonreír y me dio qué pensar. Nunca sabemos la repercusión que puede tener un pequeño gesto de amabilidad, incluso en un ascensor un día por la mañana.