Todos sabemos que, cuando alguien apuesta por un proyecto e invierte en él, espera recibir lo que ha invertido más unos intereses. Los inversores cuentan con que las empresas retribuyan sus aportaciones.
La mejor apuesta, el mejor proyecto en el que se puede invertir, son las personas. Por eso, el estado invierte parte de su presupuesto en la formación de futuros profesionales. Por eso las empresas invierten en formación para sus empleados. Porque con ello, esperan aumentar su competitividad y su productividad. Por eso los recursos humanos son tan importantes y deben ocupar un lugar muy importante.
Es un deber de justicia el aprovechar los medios que se nos brindan para formarnos. Es un síntoma claro de madurez el tomarse las cosas en serio, incluso las que son “gratis”. La sociedad necesita de gente a la que le apasione su campo de estudio, de trabajo, que dé un buen servicio a sus conciudadanos. Y para eso es necesario formarse. Y trabajar, estudiar y tomarse las cosas en serio porque queremos, no porque nos vigilen o nos pidan cuentas. Es deber de justicia devolver lo que se nos da.Como buenos ciudadanos tenemos que esforzarnos por rendir y devolver a la sociedad en forma de servicio lo que se ha invertido en nosotros.
A nivel más personal, hay otras personas que apuestan por nosotros a lo largo de nuestra vida, y a las que no podemos defraudar: nuestros amigos, nuestro novio, nuestra mujer… Pero la apuesta más fuerte por nosotros, la primera de todas, es la que han hecho nuestros padres, que nos han dado la vida. Ellos han creído en nuestro proyecto de vida y nos procuran en la medida de sus posibilidades, la mejor educación, tanto a nivel académico como a nivel personal. Es una inversión que dura toda la vida y que hacen porque nos quieren, confiando plenamente y de manera generosa y gratuita.
Cada uno de nosotros, como hijos, tenemos que darnos cuenta de la responsabilidad que supone recibir esta inversión tan particular, e intentar pagarla de la mejor forma posible. No es una responsabilidad entendida como peso agobiante, si no como necesidad y ganas de dar una respuesta a los que tanto dan por nosotros.
Esta confianza, estos esfuerzos por apostar por nosotros, no se pagan con intereses como las inversiones financieras. La moneda con la que se paga es bien distinta: es la moneda del esmero, del interés por responder, de procurar llegar lo más lejos posible con lo que se nos ha dado, de cumplir con nuestros deberes, de que se sientan orgullosos de nosotros. El pago para nuestros padres será, en la mayoría de los casos, el orgullo y las alegrías que les proporcionen sus hijos. Y no es este si no el pago que quieren recibir: alegrías, como muestra de agradecimiento.
Los mayores inversores en nuestra vida son nuestros padres. Tenemos que pagarles como se merecen su inversión. Que sientan el orgullo de ser nuestros padres, de haber apostado por nosotros.
Comentarios
Mi abuelo decía que la deuda que tenemos con nuestros padres es tan grande, que es imposible pagarles en vida. La pagamos con la entrega a nuestros hijos.Lo cual no nos exime de cuidar a nuestros padres y darles muchas alegrias! 😉 Gracias por el erticulo, Marta!
Creo que tu abuelo tiene toda la razón Nuria!;)